6. El Proyecto Roma un proyecto moral
Llegado este punto, podemos afirmar que el Proyecto Roma es uno de esos sistemas sociales vivos que sirven para comprender las diferencias humanas como valor y para atenderlas y darles respuesta adecuadamente. A diferencia de los sistemas técnicos (mecánicos), los sistemas vivos deben su vitalidad a las necesarias interconexiones entre sus componentes, porque cuando un componente se ve afectado por alguna razón, dicha ‘afección’ repercute en los demás y, de ahí, que hayamos aprendido a abordarla de manera cooperativa. Somos un proyecto social y necesitamos de la reflexión y del diálogo como pilares que unen. En el Proyecto Roma tenemos un lema que no solemos olvidar: somos un grupo cooperativo formativo que tenemos la autocrítica como virtud. Vivimos muy lejos de ese “yo-mi-me-conmigo’. En la cultura maya nosotros se dice tik, en el Proyecto Roma hemos aprendido a decir tik, tik, tik. Los valores se viven, es decir, los valores en el Proyecto Roma se convierten en principios de acción.
El propósito fundamental de esta experiencia educativa del Proyecto Roma, es profundizar en la vida democrática de los centros públicos (NUSSBAUM, 2010). Es decir, en conjuntar esfuerzos para lograr la libertad y la equidad educativa, procurando para ello que dichas instituciones sean, cada vez más, entornos humanizados, cultos y dignos. Desde el Proyecto Roma los profesionales que venimos trabajando para que la inclusión sea una realidad en nuestras escuelas, además de tener en cuenta los principios de los Derechos Humanos (1948) y los Derechos de la Infancia (1989), consideramos que, acaso, lo que ocurra, también, sea que no se conozcan suficientemente algunas teorías educativas, y que si se conociesen y se aplicasen correctamente algunos niños y algunas niñas podrían mejorar su aprendizaje. Sabemos que los derechos humanos intentaron conciliar los valores universales con las distintas culturas y, aunque no representan ni a todas las culturas ni a todas las religiones, debemos considerarlos como lo mejor que tenemos actualmente de la escuela pública a nivel universal.
Estamos convencidos que la educación de calidad no consiste en ofrecer solo el derecho a la educación, sino en ofrecerles una educación donde todos los niños y todas las niñas tengan cabida. De ahí que nuestra labor docente sea eminentemente ética siendo conscientes de que nuestras acciones repercuten de una manera u otra en nuestros niños y nuestras niñas. Por ejemplo: debemos ser conscientes de que cuando hacemos el diagnóstico al alumnado, o cuando sacamos a un niño o una niña del aula o cuando le ofrecemos un espacio donde no participa con los demás, o cuando le hacemos una adaptación curricular estamos marcando un destino que, difícilmente, va a superar si no somos capaces de construir un aula más participativa y democrática. Esta preocupación de cómo nuestras acciones repercuten sobre otras personas se convierten en nuestro compromiso ético y no debemos hacer algo que repercuta negativamente sobre otros u otras.
Los profesionales que desarrollamos el Proyecto Roma lo que procuramos es ser coherentes entre lo que decimos y lo que hacemos, entre nuestro pensamiento y nuestras acciones. Esto nos ha llevado a no pocos conflictos y dificultades en nuestros centros. Precisamente la herencia que FREIRE deja al Proyecto Roma se podría resumir, sin ánimo de simplificar, en la necesidad del compromiso ético de reinventar la escuela y la sociedad, la necesidad de la relación dialéctica entre reflexión y acción y la necesidad de la problematización de la educación para el desarrollo del hombre y la mujer libres, a través del diálogo y de la reflexión compartida como acto permanente de descubrimiento de la realidad y la construcción del conocimiento.
El Proyecto Roma es un proyecto moral al que nos dedicamos en cuerpo y alma convencidos como estamos de que un mundo mejor es posible. Un mundo donde no haya lugar a la miseria, ni a las injusticias, ni a la marginación, etc., donde se respeten los derechos humanos, la justicia social y la equidad. La pregunta que algunas y algunos se pueden hacer en estos momentos es: ¿si con el pensamiento ultra-neoliberal en el que estamos inmersos ese mundo mejor se puede conseguir cuando en las últimas décadas se ha acrecentado la miseria, la intolerancia, el racismo, la xenofobia, la exclusión…? Se puede y se debe, ahora más que nunca. Y ese va a ser nuestro compromiso. Pues bien, a pesar de ello y siendo conscientes de esas dificultades, nosotros luchamos por construir ese mundo mejor. Lo que es el mundo en la actualidad lo hemos hecho nosotros, los seres humanos y lo mismo que hemos hecho un mundo donde reina la barbarie, podemos hacer un mundo donde se viva en el respeto al otro como legítimo otro en la convivencia. Es decir, en el amor, por eso en nuestro modelo educativo es de una importancia capital la valoración de las diferencias. La diferencia es un valor y no una lacra. La diferencia de etnia, género, competencia cognitiva, religión, procedencia, etc., no sólo es respetable, sino que es algo que nos mejora, enriquece y, por tanto, es algo muy valioso. La diferencia mejora los procesos de enseñanza y aprendizaje. El Proyecto Roma es un proyecto moral al vivir comprometidos y preocupados por las desigualdades e injusticias sociales y culturales. Por eso es de justicia social construir una escuela sin exclusiones, donde todas las personas son educadas y no unos pocos conformando el resto una clase inferior.
Educar es un acto amoroso porque supone respetar a cada cual en su diferencia. Los seres humanos necesitamos, desde la edad más temprana, a nuestros seres más queridos para aprender a pensar, a hablar, a sentir y a actuar. Todo este proceso socio-histórico y cultural se produce siempre y cuando haya respeto, confianza y convivencia. En esto radica el sentido de lo humano. Y de la misma manera que nos humanizamos con el amor con la ausencia de él nos deshumanizamos (MATURANA, 1994).
Precisamente, lo que hace que el ser humano sea verdaderamente humano es esta dimensión socio-histórica y cultural construida cooperativamente. Somos lo que somos o sería mejor decir somos lo que nos hacemos gracias a las oportunidades que nos ofrecen las otras personas (los contextos) y no debido a nuestros genes. Para ser humano, hay que vivir y crecer entre humanos, cooperando. La cooperación es vital en la manera humana de vivir, como una característica de una vida cotidiana fundada en la mutua confianza y el mutuo respeto. Es decir, en la convivencia. En contra de lo que nos han enseñado los genes no determinan por si solos nuestros rasgos físicos y de personalidad. En lugar de ello interactúan en un proceso dinámico y permanente que modula y pule de forma continua al ser humano, humanizándolo.
Es necesario construir un mundo mejor, y hemos de empezar construyendo una escuela mejor. La escuela inclusiva es la escuela pública, la escuela que no pone ningunas trabas a la educación de cualquier persona.
Desde este pensamiento apuntamos las siguientes estrategias para ayudar en la construcción de esa nueva escuela pública:
1. Una nueva forma de pensar. Para ello presentamos las siguientes estrategias:
1ª Devolverles a todas las niñas y los niños, y también a los jóvenes, el deseo de aprender, si lo han perdido
2ª Repensar la formación inicial y permanente del profesorado. Aprender a aprender y aprender a enseñar
3ª Construcción social del conocimiento (Proyectos de investigación)
4ª Elaboración de un Proyecto Educativo de Centro
2. Una nueva forma de conversar
5ª Grupos heterogéneos y aprendizaje cooperativo (Aprendizaje dialógico)
6ª El diálogo y el trabajo cooperativo entre los profesionales del centro.
3. Una nueva forma de sentir
7ª El aula como comunidad de convivencia y aprendizaje
8ª El aula como unidad de apoyo y el apoyo dentro el aula
9ª El reconocimiento de la diversidad como valor y derecho
4. Una nueva forma de actuar
10ª Cohesión con el equipo directivo, con el profesorado y las familias
11ª La evaluación como aprendizaje y no como calificación ni examen
12ª El compromiso con la acción. La docencia es un vivir en el compromiso permanentemente.
La educación para la convivencia democrática y participativa nos abre la esperanza para la construcción de un proyecto de sociedad y de humanización nueva, donde el pluralismo, la cooperación, la tolerancia y la libertad serán los valores que definan las relaciones entre familias y profesorado, entre profesorado y alumnado y entre profesorado y comunidad educativa, donde el reconocimiento de la diversidad humana está garantizado como elemento de valor y no como lacra social.
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